25.4.08

Vaciladas de derecha

El acólito tequilero de Jalisco, Emilio González Márquez, se confesó en público y dejó constancia sonora del avanzado pensamiento político que anima a la derecha en el poder: acicateado por el récord nacional de ser el político mexicano con más quejas por un mismo hecho ante una comisión de derechos humanos (más de 4 mil por haberle dado 30 millones de pesos –a cuenta de un total de 90– a un patronato para que construya el Santuario de los Mártires Cristeros en el Cerro del Tesoro de Guadalajara), el gobernador cristero se destapó en presencia de su jefe constitucional, el gobernador religioso Juan Sandoval, y aparte de precisar las tablas de tasación materna a las que somete a la crítica y oposición de los tapatíos, se permitió de una vez por todas, y sin estaciones intermedias, enviar a esos ciudadanos discordantes a molestar y dañar aplicadamente a sus progenitoras.

Al otro día, ya en la cruda valoración de los hechos, EGo Márquez se impuso, entre otras, la penitencia de ofrecer disculpas, e hizo una especie de renuncia ética a seguir como mandatario, pues dijo que Jalisco “no puede tener un gobernador con ese léxico”, que es “impropio de un gobernador”. El ex presidente nacional del movimiento sinarquista y presunto candidato neocristero a la presidencia en 2012 ha ido tapando un escándalo con otro, pues al de maternidades que acaba de protagonizar le antecedió el de la visita a Álvaro Uribe en Cancún en días pasados (room service) para apoyar los actos del colombiano acusado de asesinatos internacionales, masacres y relación con el narcotráfico. El gran Emilio se ha elevado ahora a los niveles del chiapaneco Juan Sabines (padre del actual gobernador), quien en su último informe de actividades como mandatario interino mandó también a chingar a su madre a sus enemigos, y del famoso ciclista mexicano del siglo pasado, Porfirio Remigio, quien preguntado por el cronista de televisión Paco Malgesto acerca de cuál boxeador le parecía mejor, si el Ratón Macías o el Toluco López, contestó desparpajadamente al aire: “pa’mí que los dos son ojetes”.

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