19.2.08

La batalla de Pemex

a discusión se ha redoblado porque México tiene además ya la experiencia perversa de otras “privatizaciones”, como la de la banca, para no ir más lejos, que comienza siendo para nacionales y termina extranjerizándose. Y lo que es peor: con pésimos servicios y a costos mucho más caros que cuando estaba en manos de la nación.

La reacción en contra de los “privatizadores” ha sido áspera porque su propósito final ha sido además burdamente manipulado. En México, los aparatos publicitarios, en confabulación evidente con los intereses privados nacionales e internacionales, han concertado una campaña montada sobre falsedades y desinformación que se repite sin cesar. La principal mentira: no se trata de “privatizar” sino de otorgarle a Pemex nuevos recursos, privados evidentemente, necesarios para su función.

La mentira de la campaña salta a la vista porque es claro que Pemex cuenta con ingresos suficientes para cumplir con sus fines de desarrollo; siendo también claro que desde hace dos o tres décadas se despoja a Pemex de su patrimonio, como si se hubiera programado con anticipación llevarla a una crisis que haga creíble el argumento de su “privatización” (aunque se disfrace el hecho con otros términos). La principal mentira de la campaña ha sido la de ocultar la “privatización” real que se persigue, en vista de que Pemex ha sido durante décadas el símbolo más eficaz no sólo de la unidad nacional-popular de los mexicanos, sino la marca misma de la existencia de la nación como viable y soberana.

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