Uno. Alejandro Espinosa entró a la Legión de Cristo en 1950, a los 12 años. Marcial Maciel lo había reclutado para su “servicio secreto privado” en Chavinda, Michoacán. Después se lo llevó a Santander, al otro lado del Atlántico, y lo fue modelando poco a poco. Cuando se dio cuenta, Alejandro ya formaba parte del “harén de efebos” del fundador de la orden religiosa. Espinosa afirma haber sido testigo directo de varias “bacanales hedonistas” y de las “borracheras de morfina” que dejaban tirado a Maciel en “un charco de baba”. Sostiene también que Maciel utilizaba jóvenes seminaristas para “contrabandear cocaína” y “lavar” dinero de país en país. “Narcotráfico de sotana” en los años 50. Espinosa conoció las frecuentes giras del jefe legionario por Solares, la Costa Azul, Génova, Ceuta, Tánger, Marruecos, Melilla, escenarios todos de la famosa conexión francesa en la ruta mediterránea de la droga hacia mediados del siglo pasado.
Asimismo, estuvo al tanto de las idas de Maciel a La Habana en la época de la dictadura de Fulgencio Batista, cuando la isla caribeña era un gran casino prostibulario al servicio de los capos de la mafia ítalo-estadunidense, antes de que Fidel Castro y los barbudos bajaran de la Sierra Maestra. La Cuba de Batista era una gran “lavandería” al servicio de los gángsteres del crimen organizado, que habían invertido millones en la “industria recreativa” de la isla, lo que generaba enormes ganancias en hoteles, casinos, agiotismo y prostitución. Asegura Espinosa que de allí trajo Maciel cuantiosas sumas de dinero para la “obra” y que, curiosamente, los “benefactores” se terminaron, igual que los viajes de Maciel a Cuba, cuando cayó la dictadura batistiana, en enero de 1959. Según su versión, “los posibles tratos” de Maciel con Lucky Luciano, “rey del narco en el hotel Habana Club”, aseguraron a la Legión de Cristo “filones de oro” a cambio “de conexiones, servicios informativos, transferencias y acarreos”.
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