3.10.07

Vocaciones trágicas por el “orden”

El rostro de Gustavo Díaz Ordaz está en la esencia de las facciones de quienes a nombre del PAN han gobernado en años recientes el país. La frivolidad y la oquedad intelectual de Vicente Fox no le dieron para afinar esos rasgos represivos, y aun así el presuntamente bonachón ranchero acumuló durante su sexenio de caricatura unos 65 ciudadanos desaparecidos, según los datos difundidos ayer durante el nuevamente constituido Frente Nacional Contra la Represión (FNCR). Pero, de acuerdo con esas mismas cifras, reproducidas por Víctor Ballinas en La Jornada, en lo que va del calderonato se han producido “más de 30” ausencias físicas forzadas, casi la mitad de las correspondientes al foxismo. Los rasgos políticos de Díaz Ordaz parecen, a la luz de los datos anteriores, tomar forma con estremecedora afinidad en el rostro de quien hoy ocupa la silla presidencial con la misma vocación y actitud del priísta poblano negativamente inmortalizado el 2 de octubre. No son solamente los espejuelos y la amplia frente, sino un aire trágico y un discurso de presagios fundado en la defensa armada del estado de derecho y el cumplimiento dramático de un papel supuestamente preservador de un orden social puesto en peligro por extremistas de izquierda; ambos, Felipe y Gustavo, con manos limpias extendidas a los adversarios y un deseo de martirologio sangriento en aras de la “misión” de cumplir con el supuesto imperio de la ley (sobre todo, la ley marcial).

Felipe Calderón tiene ya una larga lista de agravios a la nación cometidos con un guante blanco en una de las manos, al estilo del Batallón Olimpia que actuó en la Plaza de las Tres Culturas 39 años atrás. Con su autorización política y en proceso de transferencia de mando presidencial se produjo la agresión a oaxaqueños el 25 de noviembre del año pasado, cuando el michoacano acusado de ilegitimidad transó vergonzosamente con el priísmo para que las bancadas legislativas de ese partido le apoyaran en su accidentada toma de posesión y establecieran una alianza a cambio de, entre otras cosas, la supervivencia de dos ejemplares del tricolor en peligro de muerte política, los insostenibles Ulises Ruiz, en Oaxaca, y Mario Marín, en Puebla. Ya como presidente legal, Calderón consintió y apoyó las múltiples aberraciones legales que se cometieron contra esos oaxaqueños, en especial tratando de convertir la traicionera detención de Flavio Sosa en un “quinazo” ridículamente magnificado por el duopolio televisivo. Luego han venido episodios sórdidos como la muerte de la señora Ernestina Ascención a la que Calderón adjudicó tempranamente, sin fundamento oficial alguno, una muerte por gastritis crónica y no por violación de soldados. Convertido en presidente militar del país, civil deslumbrado por los uniformes castrenses aunque no sean de su talla (fascinación, propia de diván, llevada inclusive a terrenos filiales), en muy poco tiempo Calderón ha promovido y tolerado diversos abusos de militares contra civiles, de tal manera que la agenda nacional se ha visto llena de reportes de secuestros, torturas, allanamientos y violaciones diversas a los derechos humanos. Díaz Ordaz vive, la represión sigue.

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